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ADOLESCENTES RECHAZADOS POR SUS PADRES. LA ANTESALA DEL TRASTORNO LÍMITE DE PERSONALIDAD

Cualquier terapeuta familiar posee la experiencia de haberse enfrentado a situaciones en que unos padres desbordados por la frustración, la impotencia y el rencor, critican a su hijo (para ser precisos, a uno de sus hijos) en términos de extrema dureza.

ADOLESCENTES RECHAZADOS POR SUS PADRES. LA ANTESALA DEL
TRASTORNO LÍMITE DE PERSONALIDAD

La terapia familiar con los adolescentes que no gustan a sus padres no es fácil ni agradecida. Los padres se suelen mostrar suspicaces ante cualquier propuesta del terapeuta que no confirme incondicionalmente sus puntos de vista sobre el hijo. En cuanto a éste, suele llegar tan lleno de rabia y tan entregado a su deporte favorito, provocar para legitimar su descalificación, que tampoco da muchas facilidades.

El desafío inicial del terapeuta en estos casos es común a la mayoría de situaciones clínica o relacionalmente graves: acertar a consolidar una alianza terapéutica con el paciente, autorizada por los miembros relevantes de la familia, generalmente los padres. El mensaje debe ser parecido al de las obras
en las carreteras: “perdonen las molestias, trabajamos para ustedes.” O bien: “autorícenme a aliarme con su hijo, que ustedes serán los primeros beneficiarios.” Si funciona, se han sentado las bases para la construcción de la terapia.

Se trata de restaurar un vínculo relacionalmente nutricio, es decir, de restablecer un amor complejo, con sus componentes cognitivos, emocionales y pragmáticos. Y, a tal efecto, el esquema de la personalidad desarrollado en el apartado anterior suministra una guía muy útil.

Ante todo, hay que tener en cuenta que de nada sirve la confrontación directa de la identidad, puesto que, por definición, con ella no se negocia ni se aceptan transacciones. Evítese, pues, criticar el victimismo o la conciencia de ser alternativo, así como deslegitimar los deseos de revancha. En todo caso, éstos pueden ser formulados como existentes y comprensibles, aunque poco prácticos por constituir una fuente de graves complicaciones económicas o legales.

La terapia familiar brinda la extraordinaria oportunidad de trabajar con la mitología y la organización familiares, cuyas modificaciones facilitan vías de acceso privilegiadas para los cambios individuales.

Así pues, habrá que combatir el clima emocional rechazante e hipercrítico, fomentando la ternura y el cariño. A tal efecto, los programas psico-educativos inspirados en el modelo de las emociones expresadas pueden ser de gran utilidad. Los valores y creencias descalificadores deberán ser sustituidos por otros recalificadores, enseñando a la familia a apreciar las cualidades del hijo problemático y abandonando el ensañamiento con sus defectos. También habrá que desmontar los rituales inspirados por la hiperprotección, ayudando a que se desarrollen otros basados en la confianza en los recursos. Y ello, ciertamente, sin descuidar la coherencia a la hora de marcar los límites a las conductas transgresoras, con firmeza y flexibilidad.

Los cambios organizacionales también serán una línea importante en la conducción de la terapia. Por ejemplo, flexibilizar la complementariedad, dando poder al miembro “one down” de la pareja parental para que sean más
efectivas sus propuestas nutricias. Hacer más coherente la cohesión, homogeneizando las tendencias aglutinadas y desligadas y neutralizando las expulsivas. Fomentar la solidaridad en la fratría.

El trabajo familiar no sólo no es incompatible con el individual, sino que se complementa con él. Ya en el curso de las sesiones familiares se puede prestar atención a la narrativa individual del hijo problemático, pero, además, cuando se cuente con la confianza de éste se pueden alternar sesiones individuales. Es importante no dar este paso prematuramente, a fin de no defraudar al chico, que puede sentir haber sido objeto de una encerrona para tratarlo individualmente por ser “el único problema”.

La narrativa individual deberá cambiar emocionalmente, drenando rabia, rencor y desconfianza para dar paso a la ternura y la confianza. A nivel cognitivo, el adolescente tendrá que ganar autoestima y combatir la
desvalorización aprendiendo a creer en sí mismo. El terapeuta tiene que ser un espejo revalorizador en el que el chico se mire. Por último, el aprendizaje del respeto a las normas tendrá que ir parejo a la consolidación y estabilización de los vínculos sociales.

Juan Luis Linares (.)
(.) Profesor Titular de Psiquiatría, Universitat Autònoma de Barcelona. Director
de la Escuela de Terapia Familiar y de la Unidad de Psicoterapia del Hospital
de la Santa Cruz y San Pablo de Barcelona

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